Las flores de pascua no siempre han sido rojas. La leyenda refiere que en tiempos ya lejanos, las pascuas eran blancas. Una vez terminada la estación de las lluvias, el verano iba transformando la esmeralda de sus hojas en alburas de espuma, de nube, de vellón, de nieve y de inocencia...
Junto a los ranchos florecía la infinita blancura de las pascuas y los indios la ofrendaban a sus dioses como símbolo supremo de paz.
Pero vino la guerra, y con ella el incendio, el pillaje, la matanza, la carnicería. Densas columnas de humo se elevaron sobre las cúspides de nuestras más altas montanas, huyendo de la "fraternidad de los hombres"...
Cerca de las viviendas, a lo largo de todos los caminos, todas las veredas zigzagueantes de los cerros, la sangre corrió, a maneras de arroyos y de ríos desbordados.
La tierra absorbió piadosamente aquella sangre generosa y las raíces de las pascuas bebieron aquel torrente de vida sacrificado inútilmente. Y al llegar el primer verano, junto a los últimos restos de los ranchos semidesiertos y a la orilla de todos los senderos, en medio del asombro de los pocos sobrevivientes, las pascuas florecieron rojas, ensangrentadas...
La sangre florecía, las pascuas, más humanas que la humana especie, la ofrecían en cálices de purpura a los dioses tutelares...
Desde entonces, las flores de las pascuas dejaron de ser símbolo supremo de la paz, para convertirse en el símbolo supremo del sacrificio...
Lecturas nacionales de El Salvador Autor Saul Flores