Thursday, April 26, 2012

IZALCO by VR



A la tierra de mis amores Izalco... con todo mi amor



Inspiracion Divina

Zafirino cielo que envuelve

Amoroso a su gente

Lindos parajes la vuelvenCiudad mágica divina

Oasis de tranquilidad a la mente...



pronto estaré frente a tu colozo dormido y disfrutaré de tu cielo, tu brisa y calidez... siempre te llevo en mi mente y en mi corazon...










Wednesday, April 25, 2012

LAS MOSCAS - Félix María Samaniego

A un panal de rica miel
dos mil moscas acudieron,
que por golosas murieron,
presas de patas en él.


Otras dentro de un pastel
enterró su golosina.


Así, si bien se examina,
los humanos corazones
perecen en las prisiones
del vicio que los domina.



SAMANIEGO, Félix María. Las Moscas. Fábula.



Tuesday, April 17, 2012

Semos Malos by Salarrué

Semos Malos by Salarrué 

Loyo Cuestas y su «cipote» hicieron un «arresto», y se «jueron» para Honduras con el fonógrafo. El viejo cargaba la caja en la bandolera; el muchacho, la bolsa de los dis­cos y la trompa achaflanada, que tenía la forma de una gran campánula; flor de «lata» monstruosa que «perjumaba» con música.

-Dicen quen Honduras abunda la plata.
-Sí, tata, y por ái no conocen el fonógrafo, dicen...
-Apurá el paso, vos; ende que salimos de Metapán trés choya.
-¡Ah!, es que el cincho me viene jodiendo el lomo.
-Apechálo, no siás bruto.
«Apiaban» para sestear bajo los pinos chiflantes y odoríferos. Calentaban café con ocote. En el bos­que de «zunzas», las «taltuzás» comían sentaditas, en un silencio nervioso. Iban llegando al Chamelecón salvaje. Por dos veces «bían» visto el rastro de la culebra «carretía», angostito como «fuella» de «pial». Al «sesteyo», mientras masticaban las tortillas y el queso de Santa Rosa, ponían un «fostró». Tres días estuvieron andando en lodo, atascado hasta la rodilla. El chico lloraba, el «tata» maldecía y se «reiba» sus ratos.
El cura de Santa Rosa había aconsejado a Goyo no dormir en las galeras, porque las pandillas de ladrones rondaban siempre en busca de «pasantes». Por eso, al crepúsculo, Goyo y su hijo se internaban en la montaña; limpiaban un puestecito al pie «diún palo» y pasaban allí la noche, oyendo cantar los «chiquirines», oyendo zumbar los zancudos «culuazul», enormes como arañas, y sin atreverse a resollar, temblando de frío y de miedo.
-¡Tata: brán tamagases?...
-Nóijo, yo ixaminé el tronco cuando anochecía y no tiene cuevas.
-Si juma, jume bajo el sombrero, tata. Si miran la brasa, nos hallan.
-Sí, hombre, tate tranquilo. Dormite.
-Es que currucado no me puedo dormir luego.
-Estírate, pué...
-No puedo, tata, mucho yelo...
-¡A la puerca, con vos! Cuchuyate contra yo, pué...
Y Goyo Cuestas, que nunca en su vida había hecho una caricia al hijo, lo recibía contra su pestífero pecho, duro como un «tapexco»; y rodeándolo con ambos brazos, lo calentaba hasta que se le dormía encima, mientras él, con la cara «añudada» de resignación, esperaba el día en la punta de cualquier gallo lejano. Los primeros «clareyos» los hallaban allí, medio congelados, adoloridos, amodorrados de cansancio; con las feas bocas abiertas y babosas, semiarremangados en la «manga» rota, sucia y rayada como una cebra.
Pero Honduras es honda en el Chamelecón. Honduras es honda en el silencio de su montaña bárbara y cruel; Honduras es honda en el misterio de sus terribles serpientes, jaguares, insectos, hombres... Hasta el Chamelecón no llega su ley; hasta allí no llega su justicia. En la región se deja -como en los tiempos primitivos- tener buen o mal corazón a los hombres y a las otras bestias; ser crueles o magnánimos, matar o salvar a libre albedrío. El derecho es claramente del más fuerte.
 
Los cuatro bandidos entraron por la palizada y se sentaron luego en la plazoleta del rancho, aquel rancho náufrago en el cañaveral cimarrón. Pusieron la caja en medio y probaron a conec­tar la bocina. La luna llena hacía saltar «chingastes» de plata sobre el artefacto. En la mediagua y de una viga, pendía un pedazo de venado «olisco».
-Te dijo ques fológrafo.
-¿Vos bis visto cómo lo tocan?
-iAjú!... En los bananales los ei visto...
-¡Yastuvo!...
La trompa trabó. El bandolero le dio cuerda, y después, abriendo la bolsa de los discos, los hizo salir a la luz de la luna como otras tantas lunas negras.
Los bandidos rieron, como niños de un planeta extraño. Tenían los «blanquiyos» manchados de algo que parecía lodo, y era sangre. En la barranca cercana, Goyo y su «cipote» huían a pedazos en los picos de los «zopes»; los armadillos habíanles ampliado las heridas. En una masa de arena, sangre, ropa y silencio, las ilusiones arrastradas desde tan lejos, quedaban abonadas tal vez para un sauce, tal vez para un pino...
Rayó la aguja, y la canción se lanzó en la brisa tibia como una cosa encantada. Los cocales pararon a lo lejos sus palmas y escucharon. El lucero grande parecía crecer y decrecer, como si colgado de un hilo lo remojaran subiéndolo y bajándolo en el agua tranquila de la noche.
Cantaba un hombre de fresca voz, una canción triste, con guitarra.
Tenía dejos llorones, hipos de amor y de grandeza. Gemían los bajos de la guitarra, suspirando un deseo; y desesperada, la «prima» lamentaba una injusticia.
Cuando paró el fonógrafo, los cuatro asesinos se miraron. Suspiraron...
Uno de ellos se echó a llorar en la «manga». El otro se mordió los labios. El más viejo miró al suelo «barrioso», donde su sombra le servía de asiento, y dijo después de pensarlo muy duro:
-Semos malos.
Y lloraron los ladrones de cosas y de vidas, como niños de un planeta extraño.

Monday, March 5, 2012

LAS GOTERAS


No es ese el modo de servir a Dios —decíale una vecina a la niña Marcos—, no es ese el modo. En vez de tener esa legión de gatos, como lo ha hecho siempre, debería usted adoptar a algunas cipotas huérfanas.

—Es que… Y tosía la niña Marcos.

Era ésta una vieja beata que tenía la chifladura de vivir sola en su casa solariega, casa grande de dos patios, en la cual no se oía nunca ningún rumor humano; sólo el maullar de los morrongos.

Era rica. Gastaba mucho dinero en altares, procesiones y fiestas de la iglesia. Decíase que era muy caritativa también. Sin embargo, no quería seguir el consejo que le daba aquella vecina. No tenía criadas. ¿Para qué? Todas ellas son irreligiosas y locas de sus cuerpos.

Pasaba el día en la iglesia. Hasta que regresaba de oír misa o de rezar sus novenas compraba lo necesario y cocinaba sus frugales alimentos.

—No es ese el modo de servir a Dios —insistía la buena vecina—. ¿Por qué no quiere hacer lo que le digo?

—Es que… —contestóle al fin la vieja—, es que… Dios me perdone, los gatos no me dan las vergüenzas que me causarían las hijas de casa.

—¡Ah, no sea así! A las muchachas que vivan con usted no les podrá suceder nada malo, porque no saldrán a la calle sino cuando usted salga. Diga que sí. Yo conozco a tres preciosas muy formalitas, y sin quién por ellas… ¡Las viera usted! Mañana se las traigo.

—¡No, por el amor de Dios! No quiero tener responsabilidades. No quiero que en mi casa les suceda…

—¿Pero qué les puede suceder? A su casa no llegan hombres.

—¡No, eso no!

—Las muchachas saldrán a la calle con usted no más…

—Seguro…

—Sólo a la iglesia y al mercado.

—Sí…

—Y en seguida, al encierro. ¿Qué ocasión tendrían para hablar con nadie? ¡Haga esa caridad! Mañana conocerá a esas pobrecitas.

—No; mañana no. Espéreme; que antes necesito consultarle el asunto al señor cura.

—Bueno, consúlteselo.

* * *

Y como el cura dijo que sí, por supuesto; y como la niña Marcos, aunque escrupulosa era bondadosa de veras, recibió contentísima a las tres huérfanas que le llevó su vecina.

La casona se llenó de gorjeos y piídos. Fue como una jaula antes vacía y después habitada por lindos pajarillos, contentos de vivir prisioneros. Ya no resonaban sólo maullidos ahí. Ahora susurraban las voces cristalinas de las muchachas o la suave y cariñosa de la vieja:

—Marcela, barré el corredor.

—Juana, hijita, andá encendé el fuego.

—Elena, llená el cántaro.

Ellas hacían sus oficios calladitas, y contestando con un “sí madrina”, a las órdenes de la anciana.

Pero tenían también conversaciones interesantísimas:

—Madrina ¿no se ha fijado en la Mariposa? Está triste; no quiere comer.

—Madrina, desde anoche anda desesperado Príncipe. ¿Qué tendrá? Fíjese en las miradas que le echa a la Mariposa.

—Madrina, oiga esos alaridos en el tejado. Caracol, Tintero y Garbanzo le están echando la vaca a la Mosquera.

Así vivían aquellas chiquillas. La anciana era tan inocente como las niñas. Cuando éstas fueron ya personas mayores —contaban casi cincuenta abriles entre las tres— nunca hacía nada la buena señora sin consultarles su parecer.

—Ve, Juanita, los zompopos se están comiendo estos rosales.

—Sí, madrina ¡qué lástima!

—Decíme ¿no será pecado que los matés?

—No, madrina ¿qué pecado va a ser?

—Pobrecitos.

—Son unos condenados.

—¡Huy! No digás así.

—Recuerde que el señor cura le dijo que les ponga creolina en los hoyos, para que se mueran. ¿Ya no se acuerda?

—Pues matálos, hijita; que si no, se acabarán las matas y ya no tendremos rosas para el altar.

Pasaban los días, tranquilamente, hablando siempre de las mismas nimiedades.

Eran felices. Se levantaban muy de mañanita para oír la misa rezada. Al regresar compraban el pan, la leche, la carne, lo necesario para la cocina; y no volvían a salir sino en la tarde, para visitar a Nuestro Amo.

No descansaban ni un momento. Siempre tenían asuntos pendientes con los zompopos, o con los morrongos vecinos que llegaban de visita. En efecto, daban mucho qué hacer éstos cuando se ponían de acuerdo para “echarle la vaca” a alguna de las mininas.

* * *

Después de las coaliciones de Garbanzo, Caracol, Príncipe, Tintero —y otros de cuyos nombres no me acuerdo— ejecutaban contra las inconsolables Mariposa y Mosqueta, siempre dejaban muchos desperfectos en el tejado. Era costumbre inveterada. Había, pues, que mandar a llamar al maestro Góchez, un viejo albañil que desde hacía mucho tiempo iba a coger las goteras durante la estación lluviosa. Llegaba éste acompañado de su hijo Agustín, un mozalbete sordomudo y bastante zopenco. No obstante, era trabajador y desempeñaba bien su oficio. Cuando llamaban al maestro para algún trabajo, el mudito llevaba la escala de un lugar a otro y subía al tejado. Entendíase por señas con el viejo, quien hacíales las indicaciones necesarias no más, y todo quedaba bien.

Siempre que llegaba el albañil, las muchachas vigilaban las habitaciones, pues había en ellas muchos cachivaches benditos, artefactos de altares y adornos del pascual nacimiento.

—Andá, Juanita, y quitá las cajas donde están los tres reyes y los pastores. Y vos, Elena…

Desde que tenía a quienes mandar, la buena señora habíase acostumbrado a dar tres órdenes consecutivas:

—Y vos, Elena, andá al otro cuarto y tapás el cajón grande. Con primor, que allí están el buey y la mula.

—En seguida.

—Marcela.

—¿Qué manda?

—Andá vos también a ayudarles a las muchachas. Decíles que cubran los cajones con los embreados que sirven para hacer las peñas: esos están nuevitos. ¡Ah! y cuidado, hija, al cambiarles de puesto no vayan a apachar la laguna, ni a hacerle hoyos al río.

Al trastejar otra habitación, las disposiciones y órdenes, aunque parecidas, eran importantes por de contado.

—Andá, Marcela, y vos también Juanita; entre las dos saquen los ángeles y los llevan a la mediagua. Tengan cuidado de cubrir el cofre de cedro, que allí guardé las túnicas y las alas. El cofre más grande es el que sirve para guardar las insignias de la Pasión y los hábitos y cucuruchos del Santo Entierro. —Una pausa—. ¡Ah! ahí está San Nicolás de la penitencia. Ve, Elena, andá vos también para que saquen a San Nicolás. Andá ayudáles, porque ese santo pesa mucho.

—¿Y el maestro? ¿Por qué venís solo?

—…

—¿Qué?

—…

—No, hijo, yo no comprendo tus señas. Vení vos, Juanita, entendéte con el mudito. ¿Qué dice?

—Dice que no puede andar su tata; que está en cama, atacado del reuma.

—¡Pobre! Lo mismo estoy yo. ¡Ay! Pero ya éste sabe el oficio. Andá con él, pues, y le enseñás el puesto donde cae esa gotera. Ya les dije lo que tienen que hacer. Vos, Marcela, sacás las bambalinas y las nubes del Corpus. Y vos, Elena, sacudís las flores de mano y las acarreás para acá. Acuérdense de que adentro de la tombilla grande están el sol, la luna y las estrellas.

Desde que el albañil se enfermó, en aquella casa ya no volvieron a hablar de otros asuntos más que de goteras. El mudito no tenía la pericia del viejo. Naturalmente, cuando el muchacho cogía una, dejaba dos sin coger. Era oficio de todos los días. Y aunque los gatos no celebrasen aquellos escandalosos conciliábulos, siempre había algunas tejas rotas.

—Madrina —decía la Juana—, en el cuarto de los tres reyes cae una gotera.

—Madrina —decía al día siguiente la Elena—, en el cuarto del buey y la mula cae otra.

—Madrina —decía la Marcela otro día después—, en el cuarto de San Nicolás de la penitencia caen dos.

Y llamaban al mudo. Diariamente desentejaba y volvía a entejar. Pero al día siguiente había nuevas goteras.

—¿Y la Juanita? —preguntaba la señora Marcos, quien no podía levantarse a causa del reuma.

—Está en el cuarto del buey y la mula.

—Decíle que tenga mucho cuidado.

Otras veces preguntaba por la Marcela.

—Está en el cuarto de los tres reyes.

Otras, por la Elena.

—Es que se mojó la laguna; la está secando…

—Quitáte de aquí, Mariposa; vos tenés la culpa.

Así pasó aquella estación lluviosa. Y llegó el verano. Y pasó también. Y ya empezaban a caer las nuevas lluvias, cuando la pobre niña Marcos se dio cuenta de un acontecimiento… o mejor dicho, de tres acontecimientos…

* * *

—¡Ah, niña Marcos! —le dijo el cura, cierto día en el confesionario—. ¿Cómo es posible que usted no haya notado la enfermedad de sus ahijadas? ¡Pero qué digo! ¡Si usted es un alma de Dios! ¿Cómo iba a sospechar nada de ellas, y mucho menos de ese zopenco? Parece mentira que un animal así, sin poder hablar, sea tan taimado. Parece mentira. ¡Y usted sin advertir nada! Usted debía haberme dicho antes lo que me cuenta hoy: Que la Elena padecía de vómitos; que la Marcela tenía los pies hinchados; que a la Juana se le había manchado la cara; y sobre todo, me debía haber hablado de esa dilatación del abdomen que es tan sospechosa. Pero ¿qué puede saber usted de tales cosas…? ¡Fue necesario que claramente se lo explicaran a usted sus amigas, esas buenas señoras de la Orden Tercera de Santo Domingo! Pues bien, hija mía, ahora ya no hay remedio. ¡Sea por Dios! Pero no encierre a esas pobrecitas en la Casa del Buen Pastor, como opina aquel caballero de Las Siete Palabras. Usted debe ser una abuela cristiana. ¿Verdad que he adivinado sus deseos? ¡Es buena usted! Vaya, no hablemos más.
Francisco Herrera Velado
19 de diciembre de 1976 (15va Edicion)






Tuesday, January 24, 2012

Cañal En Flor de Alfredo Espino

 Eran mares los cañales
que yo contemplaba un día
(mi barca de fantasía
bogaba sobre esos mares).


El cañal no se enguirnalda
como los mares, de espumas;
sus flores más bien son plumas
sobre espadas de esmeralda…


Los vientos-niños perversos-
bajan desde las montañas,
y se oyen entre las cañas
como deshojando versos…

Mientras el hombre es infiel,
tan buenos son los cañales,
porque teniendo puñales,
se dejan robar la miel…

Wednesday, January 18, 2012

DICHOS Y REFRANES (5)

81) Al que le gusta el chicharron, con ver el chancho suspira 
82) Mas vale amistad perdida ,que una tripa retorcida 
83) El comal le dijo a la olla
84) Habla hasta por los codos, 
85) Se me caen las alas del corazón. 
86) Anda de capa caída.
87) Se lo llevó candangas.
88) Habla porque tiene boca.
89) Iba como alma que se lleva el diablo.
90) Se le puso la carne de gallina.

91) Al agua querés mojar.
92) Se armó la casa de putas.
93) Son lágrimas de cocodrilo.
94) Esta en la luna.
95) Lo asustaron con el petate del muerto.
96) Le comieron el pelo los zompopos.
97) No tiene pelos en la lengua.
98) Tiene calentura de pollo.
99) Ser pata de chucho
 100) Cuando el gato se va, los ratones hacen fiesta

DICHOS Y REFRANES (4)

61) Mal de otros, consuelo de tontos.
62) Cayendo el muerto, soltando el llanto.



63) A Dios rogando y con el mazo dando.
64) Dios le da pan al que no tiene dientes.
65) Ni el que sé va hace falta ni el que viene estorbo.
66) En boca cerrada no entran mosca.
67) Las apariencias engañan
68) Le digo a juan para que entienda pedro
69) A falta de pan buenas son las tortillas 
70) El que mal comienza mal acaba.

71) No todo lo que brilla es oro 
72) Has bien y no mires a quien 
73) Barriga llena corazon contento
74) Aunque la mona se vista de ceda, mona se queda
75) El que solo se rie de sus maldades se acuerda
76) Al corazón del hombre por el estómago.


77) Indio comido, al camino
78) Menos burros, más elotes
79) El que rie al último rie mejor
80) Mas vale pájaro en mano que padre a los 18.




DICHOS Y REFRANES (3)

41) Vale mas pájaro en mano, que cien volando.

42) Obras son amores y no palabras.
43) Despacio, que llevo prisa.
44) Un indio menos, una tortilla mas.
45) El que calla, otorga.
46) Lo que no mata, engorda.
47) El león, juzga por su condición.
48) Poderoso caballero, es don dinero.
49) El que mal anda, mal acaba.
50) Mas vale llegar a tiempo, que ser invitado.

51) El que se va a Santa Lucía, pierde su silla.
52) Del dicho al hecho, hay un buen trecho.
53) Al que es pendejo ni Dios lo quiere.
54) Mas vale prevenir que lamentar.
55) Crea fama y échate a descansar.
56) El que nunca ha tenido y llega a tener, loco se puede volver.
57) La esperanza mantiene al tonto.
58) Amor de lejos es amor de pendejos.
59) El muerto al hoyo y el vivo al pollo.
60) Mas vale lo viejo conocido que lo nuevo por conocer.

DICHOS Y REFRANES (2)

21) Candil de la calle, oscuridad de su casa.
22) No por mucho madrugar, amanece mas temprano.
23) Del agua mansa me libre Dios, porque de las otras me libro yo.
24) Al perro mas flaco se le pegan las pulgas.
25) Agua que no has de beber, déjala correr.
26) Por la boca muere el pez.
27) A palabras necias oídos sordos.
28) Tanto va el cántaro al agua, que al fin se rompe.
29) Gallina que come huevos, aunque le quemen el pico.
30) La mentira dura, mientras la verdad no llega.

31) Ladrón que roba a ladrón, tiene cien años de perdón.
32) Es mejor ser cabeza de ratón, que cola de león.
33) Así como es el sapo, así es la pedrada.
34) Hombre prevenido, vale por dos.
35) El que oye consejo, llega a viejo.
36) El que a buen árbol se arrima, buena sombra le cobija.
37) De tal palo, tal astilla.
38) Del mismo cuero, salen las correas.
39) El camino al infierno está empedrado de buenas intenciones.
40) El que es perico, donde quiera es verde.

Tuesday, January 17, 2012

DICHOS Y REFRANES (1)

1) Al que madruga, Dios le ayuda.

2) En casa de herrero, cuchillo de palo. 
3) El que con lobos anda a aullar aprende. 
4) El que trae para maceta, no pasa del corredor. 
5) Cuando el río suena, es porque piedras lleva. 
6) En río revuelto, ganancia de pescadores. 
7) El que mucho abarca, poco aprieta. 
8) Dime con quien andas y te diré quien eres. 
9) En arca abierta, hasta el mas justo peca. 
10) El que en la miel anda, algo se le pega. 

11) Mas sabe el diablo por viejo, que por diablo. 
12) Del plato a la boca, a veces se cae la sopa. 
13) Hasta al mono mas listo, se le cae el zapote. 
14) El que siembra vientos, cosecha tempestades. 
15) Árbol que nace torcido, jamás su tronco endereza. 
16) El que se ha quemado con leche, sopla la cuajada. 
17) Ojos que no ven, corazón que no siente. 
18) Camarón que se duerme, se lo lleva la corriente. 
19) A gato viejo, ratón tierno. 
20) La mona aunque se vista de seda, mona se queda. 

Friday, January 6, 2012

ALGUIEN LO RECUERDA: MANTILLA LIBRO DE LECTURA


A DIOS
¿Qué dicen las olas rompiéndose á solas en recios peñascos? ¡Murmuran á Dios!


¿Qué cantan las aves en trinos suaves volando en el monte? ¡Le cantan á Dios!


¿Qué nombre bosqueja la luz que refleja de tantas estrellas? ¡El nombre de Dios!


¿Por qué de su seno aborta en el trueno la nube su rayo? ¡Tronando que hay Díosl
¿Qué suena en la palma, moviendo con calma su verde ramaje? ¡Loores á Dios!


¿Qué dice ese velo de azul, que en el cielo los astros sostienen? ¡Detrás está Dios!


¿Cuál eco tremendo, con hórrido estruendo, nos dan los volcanes? ¡El eco de Dios!


¿Qué dice en el sueño dormida sin dueño la quieta natura? ¡Suspira por Dios!


¿Qué gran excelencia tu misma conciencia repite á tu oído? » ¡La imagen de Dios!


José Zacarías González del Valle, cuba 1841